Cuando amaneció la 18ª edición de las 24 Horas de Le Mans, el 25 de junio de 1950, Louis Rosier estaba luchando al volante de su Talbot-Lago número 5. La noche había sido muy turbulenta, en primer lugar porque un búho había destrozado el parabrisas de su coche en plena oscuridad. Sólo queda el marco, visible en esta foto. Este hombre de 44 años de Auvernia tuvo que terminar la prueba con sólo su casco de cuero, sus finas gafas y una banal bufanda como protección. Luego, a primera hora de la mañana, un problema mecánico obligó al Talbot, entonces líder del pelotón, a detenerse durante media hora y a los mecánicos a sudar la gota gorda...
Sin embargo, hasta estos incidentes, la carrera del equipo de padre e hijo Rosier era ideal. Un comienzo cauteloso en la estela de Ferrari, Jaguar o Cadillac y un ascenso constante en la clasificación a medida que los líderes acumulaban problemas mecánicos. Louis Rosier llegó a batir el récord de vuelta, que data de la 16ª edición de 1939, con picos de más de 160 km/h. El piloto francés nunca se dio por vencido, especialmente el volante de su Talbot T26GS. Cuenta la leyenda que Jean-Louis Rosier, de 25 años en aquel momento, sólo dio dos vueltas para conseguir apenas once minutos de emoción, el tiempo justo para que su padre se tragara dos plátanos y se fuera. "Mi abuelo lo hizo para proteger a su hijo de este coche, que era muy difícil de manejar", explica Élodie Rosier, nieta del campeón, que ha puesto en marcha un grupo de Facebook, "L'aventure Louis Rosier", con el fin de reunir el mayor número posible de documentos sobre el piloto y crear un museo en Auvernia.
El dúo Rosier ganó las 24 Horas de Le Mans con una vuelta de ventaja y 3.465 km recorridos a una velocidad media de 144,38 km/h, un doble récord ese año. Un éxito prestigioso para el hombre que había terminado cuarto en el primer Campeonato Mundial de Fórmula 1 en 1950. También había ganado el Rally de Montecarlo en 1949 en su categoría al volante de un 4CV, acompañado por su hijo.
MARTIN COULOMB